OLGA SEGOVIA
Investigadora de SUR Corporación
Diario El Mostrador, Santiago, 25 de marzo de 2013
En La Pintana la violencia urbana radica principalmente en la exclusión y falta de oportunidades; en La Dehesa se vincula con la inseguridad ante la amenaza de pérdida de bienes materiales y el temor a los otros, aquellos considerados como diferentes; y en La Florida, con los altos niveles de estrés ligados a conductas aspiracionales, que suelen incidir en la generación de conflictos familiares.
En Santiago, ciudad segregada social y territorialmente, las manifestaciones de violencia no son mayoritariamente delincuenciales, sino más bien la irradiación de una violencia soterrada y subyacente que ha perdurado a lo largo de nuestra historia. Son la punta del iceberg de aquella forma de violencia radical constituida por exclusiones, desigualdades e inequidades de todo tipo, que hoy se ven agudizadas por las políticas neoliberales vigentes. Es lo que plantea el libro “Violencias en una ciudad neoliberal: Santiago de Chile”, el cual se presenta esta semana.
No todo, por supuesto, es oscuridad y callejón sin salida. Diversos indicadores de la calidad de vida en Santiago han mostrado claras mejorías en los últimos años, por ejemplo en los niveles de pobreza. Hay modernizaciones significativas en la materialidad de la ciudad y en muchos de sus servicios. Sin embargo, lo que en gran parte determina (y empobrece) la vida de los habitantes de Santiago es la persistencia de violencias sociales, económicas y culturales que, además, se reproducen nítidamente en el territorio. Es lo que denominamos violencia urbana.
Ella se manifiesta de maneras diferentes según sea el barrio de residencia de las personas, su nivel de ingresos, su edad, si se trata de mujeres u hombres, y también según las rutas por las que transitan y los lugares donde trabajan. Según el libro, que describe tal realidad en tres sectores socioeconómicos distintos de la capital, en La Pintana la violencia urbana radica principalmente en la exclusión y falta de oportunidades; en La Dehesa se vincula con la inseguridad ante la amenaza de pérdida de bienes materiales y el temor a los otros, aquellos considerados como diferentes; y en La Florida, con los altos niveles de estrés ligados a conductas aspiracionales, que suelen incidir en la generación de conflictos familiares. Más allá de estas divergencias, sin embargo, hay un factor común a todos los sectores; y es que las mujeres se sienten por lo general más vulnerables a las violencias que los hombres.
La violencia urbana es, así, un fenómeno complejo que no se puede comprender y enfrentar solo a partir de las manifestaciones de violencia directa, los delitos o el temor a ser víctima de ellos. Es importante hacerla visible en todas sus dimensiones, públicas y privadas. No basta enfocarse en la seguridad pública y solo en los sectores pobres. Se requieren políticas públicas que consideren la ciudad como un todo, y estén orientadas a la inclusión social y territorial. Es decir, que contribuyan a romper las cadenas que reproducen la violencia, a construir un Santiago cada vez menos segregado y desigual. Es lo que propone este libro.