En el contexto de la nueva Bienal de Arquitectura se tuvo la buena idea de abrir fotos en internet, donde un número mayor de personas puede dar su opinión. Mediante un moderador, Alejandro del Río, que orienta el debate, se logra, mucho mejor que en los foros en vivo, avanzar hacia soluciones y propuestas.
Es interesante observar que el foro más visitado es el de vivienda social, un tema que nunca ha tenido mucho espacio en las bienales. El foro lo inicia un lúcido texto de Alfredo Rodríguez («Los pobres, ¿merecen una pobre arquitectura?») en torno a una pregunta que hizo el ingeniero Andrés Iacobelli a dos amigos arquitectos: «Si la arquitectura chilena es tan buena, ¿por qué es tan mala la vivienda social?».
Alfredo Rodríguez está de acuerdo, por cuanto encuentra «escasos intentos recientes que se pueden rescatar: el Proyecto Elemental en el año 2000, el nuevo pueblo de Gualliguaica a fines de los ’90, el Conjunto Andalucía para el Quinto Centenario, las casas de barro del Taller Norte en los ’80, casas de tabiquería hechas por varias ONG tras el terremoto del ’85 cerca de Pomaire».
Un síntoma de que el Chile global, cuya arquitectura residencial, industrial y de oficinas tiene una presencia bien valorada en el contexto de América Latina, presenta en este ámbito una serie de carencias que, a medida que el país progresa, se hacen cada vez más insoportables.
Por otra parte, el interés en el tema también es un índice de desarrollo. Ya no basta con soluciones habitacionales, similares por lo demás a las que se siguen construyendo en el resto de los países de la región. Crece el malestar porque no hay «chorreo» ni de arquitectura ni de urbanismo hacia las familias de escasos recursos. Se van quedando en la periferia de las ciudades, al margen del aumento de los ingresos y también en la periferia de la arquitectura y el urbanismo. No les llegan los avances en diseño, en materiales, en tecnologías, para que el producto «vivienda social», con innovación, tenga una mejor calidad.
Si uno se pasea por los foros, aunque sea reincidente, el tema de la próxima Bienal debiera ser éste. En la participación del público surge una variedad de aspectos que exige un análisis integral. El mismo sistema, que condena al beneficiado a vivir para siempre en ella, con trabas o impedimentos para cambiarse a otro o ampliar la existente, en barrios homogéneos, donde la cesantía se expande en delincuencia y drogadicción; un mercado débil donde da lo mismo porque todo lo que se construye se vende, permitiendo soluciones indignas; la falta de variedad ante la diversidad de climas y culturas a lo largo del país; la no consideración por los deseos y necesidades de quienes las ocuparán; el desconocimiento del público, e incluso de las autoridades.
Al menos aquí, la Bienal cumple con su misión: acercar a la comunidad al mundo de la arquitectura y el urbanismo.
Es interesante observar que el foro más visitado es el de vivienda social, un tema que nunca ha tenido mucho espacio en las bienales. El foro lo inicia un lúcido texto de Alfredo Rodríguez («Los pobres, ¿merecen una pobre arquitectura?») en torno a una pregunta que hizo el ingeniero Andrés Iacobelli a dos amigos arquitectos: «Si la arquitectura chilena es tan buena, ¿por qué es tan mala la vivienda social?».
Alfredo Rodríguez está de acuerdo, por cuanto encuentra «escasos intentos recientes que se pueden rescatar: el Proyecto Elemental en el año 2000, el nuevo pueblo de Gualliguaica a fines de los ’90, el Conjunto Andalucía para el Quinto Centenario, las casas de barro del Taller Norte en los ’80, casas de tabiquería hechas por varias ONG tras el terremoto del ’85 cerca de Pomaire».
Un síntoma de que el Chile global, cuya arquitectura residencial, industrial y de oficinas tiene una presencia bien valorada en el contexto de América Latina, presenta en este ámbito una serie de carencias que, a medida que el país progresa, se hacen cada vez más insoportables.
Por otra parte, el interés en el tema también es un índice de desarrollo. Ya no basta con soluciones habitacionales, similares por lo demás a las que se siguen construyendo en el resto de los países de la región. Crece el malestar porque no hay «chorreo» ni de arquitectura ni de urbanismo hacia las familias de escasos recursos. Se van quedando en la periferia de las ciudades, al margen del aumento de los ingresos y también en la periferia de la arquitectura y el urbanismo. No les llegan los avances en diseño, en materiales, en tecnologías, para que el producto «vivienda social», con innovación, tenga una mejor calidad.
Si uno se pasea por los foros, aunque sea reincidente, el tema de la próxima Bienal debiera ser éste. En la participación del público surge una variedad de aspectos que exige un análisis integral. El mismo sistema, que condena al beneficiado a vivir para siempre en ella, con trabas o impedimentos para cambiarse a otro o ampliar la existente, en barrios homogéneos, donde la cesantía se expande en delincuencia y drogadicción; un mercado débil donde da lo mismo porque todo lo que se construye se vende, permitiendo soluciones indignas; la falta de variedad ante la diversidad de climas y culturas a lo largo del país; la no consideración por los deseos y necesidades de quienes las ocuparán; el desconocimiento del público, e incluso de las autoridades.
Al menos aquí, la Bienal cumple con su misión: acercar a la comunidad al mundo de la arquitectura y el urbanismo.